¿Hay algún tipo de vida en Venus?

Por José Manuel Nieto Jalil
Artículo de divulgación científica

El planeta Venus, llamado con frecuencia hermano de la Tierra, es el segundo planeta del sistema solar en orden de distancia desde el Sol, el sexto en cuanto a tamaño, ordenados de mayor a menor y no ha sido considerado prioritario a la hora de buscar vida extraterreste debido a sus altas temperaturas. Al igual que Mercurio, carece de satélites naturales. Recibe su nombre en honor a Venus, la diosa romana del amor (Afrodita).

Se trata de un planeta de tipo rocoso y terrestre. Su tamaño, su masa y composición es muy parecida a la de nuestro planeta, aunque totalmente diferentes en cuestiones térmicas y atmosféricas (la temperatura media de Venus es de 463.85 grados Celsius). Adicionalmente, Venus es el objeto más brillante del cielo nocturno después de la Luna y ha intrigado a los humanos durante miles de años.

Hace miles de millones de años, cuando el Sistema Solar era aún muy joven, Venus disfrutaba de un clima templado, con cielos azules y grandes cantidades de agua corriendo y formando mares y ríos por toda su superficie. Estudios recientes apuntan que allí la vida habría podido desarrollarse por lo menos durante tres mil millones de años. Las condiciones cambiantes del Sol, que se fue haciendo cada vez más caliente, provocaron en Venus un efecto invernadero a escala global. Las temperaturas subieron, el agua se evaporó y Venus se convirtió en lo que es ahora.

La fosfina encontrada en las nubes de Venus es una molécula considerada como un posible indicador de actividad biológica

En la actualidad, la Tierra es la que dispone de agua en abundancia y goza de un rango de temperaturas que hacen posible el florecimiento de la vida, mientras que Venus se ha convertido en un auténtico horno, con temperaturas como mencionamos que alcanzan los 463.85 grados Celsius y una atmósfera venenosa formada principalmente por dióxido de carbono y nitrógeno.

La atmósfera de Venus es 50 veces más seca que los lugares más secos de la Tierra. Las gotas de las nubes no están hechas de agua líquida, sino de ácido sulfúrico concentrado. El ambiente ácido es miles de millones de veces más ácido que los ambientes más ácidos de la Tierra. Los componentes de la vida terrestre, incluidos el ADN, las proteínas y los aminoácidos, se destruirían instantáneamente en ácido sulfúrico. Cualquier vida en las nubes venusianas tendría que estar formada por bloques de construcción diferentes a la vida en la Tierra, o estar protegida dentro de una capa hecha de material resistente al ácido sulfúrico como cera, grafito, azufre u otra cosa.

Las condiciones cambiantes del Sol, que se fue haciendo cada vez más caliente, provocaron en Venus un efecto invernadero. Las temperaturas subieron y se ha convertido en un auténtico horno, con temperaturas que alcanzan los 463.85 grados Celsius. (Foto: Adobe Stock/Proporcionada por la NASA)

Un infierno para la vida tal y como la conocemos. Sin embargo, algo de ese antiguo esplendor podría haber sobrevivido lejos del suelo, en su atmósfera, a medida que nos alejamos de su superficie, la atmósfera se vuelve cada vez más fría. En Venus hay un punto óptimo de 48 a 60 km sobre la superficie, en las nubes, donde la temperatura no es demasiado alta ni demasiado fría y la presión del aire es muy similar a la terrestre, en estos puntos la atmósfera de Venus es la que más se parece a la de la Tierra en todo el Sistema Solar por lo que muchos las consideran adecuada para la vida.

Algunos científicos han estado especulando sobre la presencia de vida en las nubes de Venus durante más de 50 años, entre los más destacados podemos citar a Carl Sagan quien especulaba con la posibilidad de que ciertos microbios podrían sobrevivir fácilmente en esa franja atmosférica de Venus en el año 1967, otros artículos aparecidos en el 2004 proponían que el azufre de la atmósfera podría ser utilizado por esos microbios como un medio para convertir la luz ultravioleta a otras longitudes de onda que permitirían incluso la fotosíntesis.

En 2018, otro estudio llegó a plantear que las manchas oscuras que aparecen en la atmósfera de Venus podrían ser algo parecido a las floraciones de algas que ocurren de forma rutinaria en los lagos y océanos de la Tierra. Sin embargo, la mayoría de esos estudios concluyen que la vida microbiana de la atmósfera de Venus, si es que existe, tendría una esperanza de vida muy corta. De hecho, los microbios irían cayendo lentamente a través de las nubes hacia las capas inferiores, donde terminarían incinerados por el calor o aplastados por la presión atmosférica, mayor más cerca de la superficie.

El año pasado se publicó un artículo en la revista Nature que deja totalmente abierta la posibilidad de que haya vida en Venus, concretamente, en una de las capas de su densa atmósfera. El articulo fue publicado por un equipo internacional de más de veinte investigadores, capitaneado por Jane S. Graves, del Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT).

En su reporte, los científicos, han encontrado allí trazas de fosfina, un gas incoloro y muy inflamable que tiene un característico olor a ajo y que normalmente se genera durante la descomposición de materia orgánica. Su detección directa en la atmósfera de Venus sugiere que el planeta vecino alberga procesos fotoquímicos o geoquímicos que eran desconocidos hasta ahora, por lo que deja abierta la posibilidad de vida.

La presencia de fosfina en venus no es, de por sí, una evidencia sólida de vida microbiana, pero abre una posibilidad

Lo más interesante de esta molécula es que no hay ningún proceso geoquímico que la produzca en la Tierra: solo las fábricas o, sobre todo, los seres vivos, pueden sintetizarla. De hecho, se sabe que algunas bacterias anaeróbicas de la Tierra producen fosfina, cuando toman fosfato de los minerales o de la materia orgánica y le añaden hidrógeno. En nuestro planeta, la fosfina (PH3) es principalmente un indicador de actividad biológica.

En 2017 y 2019, Greaves y sus colegas observaron Venus, respectivamente, con los telescopios James Clerk Maxwell y el Atacama Large millimeter/submillimeter Array. En sus observaciones detectaron la inconfundible firma de la fosfina, con una abundancia de 20 partes por cada mil millones. El gas se encontró, precisamente, en la esperanzadora capa atmosférica del planeta.

Tras investigar las diferentes formas en que esa fosfina podría haberse producido, incluso a partir de fuentes situadas en la superficie de Venus, micrometeoritos, rayos o procesos químicos en el interior de las propias nubes, los científicos no consiguieron determinar el origen del gas. Su artículo no lo dice claramente, pero se infiere, que la única fuente plausible sería la presencia de vida. Sin embargo, los autores argumentan también que la simple presencia de fosfina no es, de por sí, una evidencia sólida de vida microbiana, ya que solo indica procesos geológicos o químicos desconocidos que podrían estar ocurriendo en Venus.

En paralelo, la astrobióloga Sara Saeger y sus colegas proponían en un artículo publicado en la revista Astrobiology un ciclo de vida viable para eventuales organismos que vivieran en la atmósfera de Venus, ellos exploraban la posibilidad de que los microbios de Venus vivan en un ambiente líquido, en el interior de pequeñas gotas en suspensión en las nubes de la franja habitable. Al aumentar el número de microbios, en cada gota, la gravedad haría que éstas se asentaran en la capa más caliente e inhabitable que hay justo bajo las nubes.

Desde luego, habrá que esperar a nuevos análisis antes de dar oficialmente la noticia de que existe algún tipo de vida en Venus. Puede que la detección de fosfina dé un nuevo impulso a las misiones de exploración de Venus, alguna de ellas especialmente pensada para estudiar de cerca su atmósfera. Sólo así podremos salir de dudas y saber que existe algún tipo de vida en nuestro planeta hermano.

El autor

José Manuel Nieto Jalil es Director de Mecatrónica, del Tecnológico de Monterrey, Campus Sonora. Es Doctor en Ciencias por la Universidad de Sonora y Maestro en Ciencias Físicas por la Universidad de La Habana. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, del Conacyt.