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Una breve crítica a la civilización del capital

(Foto: Adobe Stock)

Por María José Camacho

La propuesta intelectual de Ignacio Ellacuría, jesuita español-salvadoreño, teólogo, filósofo, analista sociopolítico, profesor y rector de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” en un periodo marcado por una guerra civil que duró poco más de diez años, se inscribe en el marco de la filosofía y la teología de la liberación, de la que se puede decir que fue uno de sus pilares. Asimismo, se puede decir que su esfuerzo intelectual, sobre todo en los últimos años de su vida, estuvo al servicio de la liberación de los hombres y mujeres de Latinoamérica y del llamado tercer mundo.

En el último discurso que pronunció, poco antes de ser asesinado por el ejército salvadoreño, urgía a intentar, con todos los pobres y oprimidos del mundo, revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección (2000a, p. 359). Esta urgencia surgía ante la constatación de que lo alcanzado hasta entonces por la civilización del capital estaba conduciendo a la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, al endurecimiento y sofisticación de los procesos de explotación y opresión, al desglosamiento ecológico de la totalidad del planeta y a la deshumanización que implica el abandonar la tarea de ir haciendo el propio ser, ante la imposición del productivismo y del tener, es decir, de la acumulación de riqueza y de bienes consumibles (2000a, p. 358).

Más de treinta años han pasado desde que se pronunciara este discurso y la crítica ellacuriana a la civilización del capital bien puede sostenerse en la actualidad, así como su sentido de urgencia para intentar cambiar el rumbo que ha tomado la historia.

De acuerdo a la crítica ellacuriana, la imposición del productivismo y la acumulación de riqueza conduce a la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, al endurecimiento de los procesos de explotación, y al desglosamiento ecológico del planeta.

La crítica ellacuriana

Ellacuría fue sumamente crítico con la civilización del capital, a la que de alguna manera identificó con lo que denominó mal común, que es un mal histórico, esto es, un mal que no está en la condición del ser humano, sino en un determinado sistema de creencias e ideas, de instituciones sociales y políticas, de relaciones de producción, etc., desde el que el ser humano se configura y configura su vida. Propone este concepto en contraposición al de bien común, del que dice que no ha pasado de ser un ideal, que como tal es importante pues ayuda a orientar la acción humana, pero que no ha llegado a historizarse, como sí lo ha hecho el mal común.

El capitalismo, afirma, conlleva una “malicia intrínseca”, pues no se queda solamente en la explotación despiadada, tanto de la naturaleza como del ser humano por sus semejantes, sino que por sus propios dinamismos lleva a una profunda deshumanización, ya que el modelo de ser humano y de libertad que se proponen desde el sistema imperante suponen modos abusivos y alienantes de buscar la propia seguridad y felicidad por medio de la acumulación privada, el sometimiento de todo a las leyes del mercado y la insolidaridad entre individuos, grupos sociales y países (2000b, p. 247).

Al respecto, otros autores han estudiado cómo el capitalismo, sobre todo en su versión neoliberal, ha supuesto el quiebre de lo colectivo y, por tanto, de cualquier forma de solidaridad, pues se ha impuesto una lógica de competencia que exige dominar para no ser dominado o dominada, es decir, lleva en sí una “ferocidad depredatoria” que ha hecho que la solidaridad quede reducida a intentos superficiales por sanar las heridas que el sistema ocasiona desde sus dinamismos fundamentales. Vale la pena recordar en este punto que esta ferocidad es un rasgo fundamental de otros sistemas de dominación como el patriarcado o la colonialidad, y que, como han mostrado algunas autoras, están profundamente vinculados con el sistema capitalista, al punto de afirmar que el capitalismo no sería lo que es sin estos vínculos entre sistemas de dominación/opresión.

Volviendo a la crítica ellacuriana, si bien reconocía los bienes que esta civilización del capital ha traído a la humanidad, insistía en que debía ser suplantada pues no se puede negar que sus males son mayores y que no ha mostrado procesos de autocorrección suficientes que le lleven a revertir su curso destructor (2000b, p. 273), ejemplo claro de ello es el daño que se sigue ocasionando al planeta o las condiciones en las que son forzadas a sobrevivir millones de personas en el mundo.

Una propuesta radical

Frente a esto, Ellacuría planteó una propuesta utópica radical desde la que se pudiera, precisamente, subvertir el actual orden histórico. Se trata de la civilización de la pobreza, que lejos de valorar la pobreza por sí misma, lo que pretende es hacer nuevas todas las cosas, pues está visto que solo hacer cosas nuevas no ha llevado a un cambio real. El hacer nuevas todas las cosas no tiene otro fundamento que la vida material, su cuidado y plenificación, que ha de ser lo que rija todos los haceres.

Ellacuría nunca es dogmático, por eso no da por hecho en qué consiste esta plenificación de la vida, sino que exige volverse a la historia, sobre todo a la experiencia de las mayorías populares (2000b, p. 259-260), para en ella ir descubriendo qué se tiene que hacer y cómo hay que hacerlo para asegurar condiciones de vida humana para todas las personas, lo que exige desde sí mismo el cuidado del planeta y de toda forma de vida.

Ante la gravedad y la urgencia de las problemáticas que actualmente enfrenta la humanidad, la propuesta intelectual ellacuriana, sus categorías, conceptos y posturas pueden ser instrumento para el análisis y para la búsqueda de soluciones reales, pues no se puede caer en ingenuidades o simplismos cuando lo que está en juego es la vida de millones de seres humanos, incluso la vida de la humanidad entera y la posibilidad de cualquier forma de vida en el planeta.

La autora

María José Camacho Gómez es estudiante del Doctorado en Estudios Humanísticos, en la línea de Ética, en el Tec de Monterrey. Su propuesta de investigación gira en torno a la ética implícita en el pensamiento y la obra de Ignacio Ellacuría. ([email protected])

Asesor

Dr. Francisco Díaz Estrada. Es decano asociado de Investigación, y profesor investigador de la Escuela de Humanidades y Educación, del Tec de Monterrey. Sus líneas de investigación giran en torno al pensamiento filosófico judeo-cristiano y a los fenómenos sociales de exclusión y marginación social. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).

Bibliografía

  • Ellacuría, Ignacio (2000a). El desafío de las mayorías pobres. En Ignacio Ellacuría, Escritos teológicos I. San Salvador, UCA Editores, pp. 355-364.
  • Ellacuría, Ignacio (2000b). Utopía y profetismo desde América Latina. Un ensayo concreto de soteriología histórica. En Ignacio Ellacuría, Escritos teológicos II. San Salvador, UCA Editores, pp. 233-293.

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